Por María Tesías
Una mañana, caminado por las calles aún vacías, pensaba sobre qué es lo esencial para la vida y me pregunté, qué quedaría al eliminar de forma súbita todo lo artificial, los coches, las casas, el asfalto, las tiendas, la ropa…, pensé que solo quedarían las personas desnudas en un entorno con plantas, rocas, tierra agua, pájaros, insectos…, más los conocimientos transmitidos entre generaciones en sus comunidades.
Se podría creer que faltaría la vida sin todos los artificios materiales construidos. Pero en verdad eso ocurriría cuando el árbol no existiera, ni el pájaro volara e hiciera un nido para criar, cuando las semillas que cada año deben volver a brotar, ya no lo hicieran porque se han manipulado para concentrar en pocas manos su propiedad. Entonces, al humano le sobrarían televisiones, neveras, coches, ropas, casas…le sobraría todo lo artificioso y le faltaría lo importante para la vida, la generadora de vida, la semilla, la tierra, la sabiduría y el conocimiento del campo, durante tanto tiempo infravalorado.
Sin embargo, abundan las personas que han perdido en algún momento del camino ésta sabiduría. Proliferando las que han planeado sus futuros solo, porque no podía ser de otra manera, en base a un saber más o menos académico y cualificado que les llevó a un empleo industrial, mecanizado, de alta tecnología con alta estima social y económica, creyendo muchos que se jubilarían en él. Sin embargo, la crisis actual ha mostrado que eran trabajos circunstanciales, coyunturales, pero no esenciales.
Cuarenta años son suficientes para olvidar cómo se pesca o se cultiva, para saber hacer semilleros, y panes, con la magia de la harina unida al agua. Las personas se estabularon en ciudades y deificaron a las grandes superficies para el consumo, como las generadoras de alimentos. Y los puestos de trabajo, como fuentes de salarios para comprar, fueron confundidos con la fuente de la vida.
Y un día, por ejemplo, cierran la fábrica de piezas para construir coches y se la llevan a otro lugar del planeta, la deslocalizan. Se la llevan donde al empresario le cueste menos y gane más. Y llegan al lugar con el mensaje de crecimiento, modernidad, desarrollo, y avance. Pero los de aquí, como les sucederá a los de allí al paso de una generación, hoy quedaron sin su empleo, sin su fuente de vida, sin futuro y sin el de sus hijos, se rompieron sus planes. Ya el conocimiento específico, especialista, experto, el apretar tornillos en una cadena de montaje dejó de ser cualificado, y se volvió obsoleto. (1)
Los poderosos apostaron a una sola carta, la que tenía que ganar en ese momento económico, desposeyendo a las gentes del conocimiento para la vida que da vida y engatusándoles con nuevos y al parecer mejores conocimientos en ciencia, tecnología, mecánica, etc., ya solo éste sería el auténtico conocimiento, el otro era de subsistencia, y por tanto anticuado…lo moderno, lo nuevo sustituiría para siempre al arado, al semillero, a la red de pesca…
Otro día, prejubilan, con cincuenta y tantos años a personas en lo mejor de sus carreras profesionales como técnicos. Un desperdicio, un desaprovechamiento de conocimientos en las últimas tecnologías de la comunicación, por ejemplo, con grandes experiencias profesionales, con grandes curriculum. Pero la crisis económica, causada por la acumulación por desposesión (2) los ha expulsado de lo que estas personas creyeron que era su vida, donde pensaron que se jubilarían.
De nuevo, la apuesta fue a la única carta posible, trabajar para otro, en un empleo asalariado más o menos remunerado. Convencidos o no, pero en cualquier caso, mediante normas y leyes pedagógicas condicionando las conductas.
Cuando desaparecieron sus fuentes de dinero, unos siguieron reclamando y pidiendo un empleo. Otros decidieron volver a retomar lo que tal vez nunca debió abandonarse del todo, y mediante políticas adecuadas combinar, compaginar y conciliar con los nuevos empleos traídos por la modernidad. De ese modo, cuando se llevaran las industrias, que no son eternas, y las crisis desposeyeran de empleos dignos, para entonces seguir teniendo los saberes para la vida, y seguir viviendo. (5)
Los alimentos no son cosas banales, son los que conforman el cuerpo, los que determinan muchas enfermedades, y no olvidemos que proceden del medio natural y no de los supermercados y grandes superficies. Si para su crecimiento se tuvo prisa y no hubo cuidado, las personas no serán cuidadas y nutridas por ellos y la vida humana se empobrecerá de vida. Los alimentos ecológicos no son un lujo, son una necesidad.
Un ejemplo de lo anterior lo ilustra la decisión de José Luís Salamanca Maroto de la “Huerta de Güí” (3) que se puede considerar muy acertada dado que aproxima y conjuga la tierra y sus posibilidades con el ingenio humano, en una magnífica simbiosis, acoplando conocimientos de antes con los nuevos. Volviendo a tratar con el campo, con la tierra, en el medio natural y rural, donde la madre naturaleza nunca abandona, nunca deja sin alimento a sus criaturas y siempre está ahí, cuidando de quienes la cuidan.(4)
Los alimentos ecológicos no son un lujo, son una necesidad.
Referencias:
(1) http://www.diariodejerez.es/article/provincia/1544546/cierre/delphi/tiene/ya/coste/millones.html
(2)http://es.wikipedia.org/wiki/Acumulación_por_desposesión
(3) http://es.linkedin.com/pub/josé-luis-salamanca-maroto/61/208/73 ; http://www.lahuertadegui.com/#!videos-/c2309
(4) http://mihuertosinergico.blogspot.com.es/
(5) http://es.wikipedia.org/wiki/Artesanía