Oda a los árboles queridos

Por María Tesías Herrera
Siento un enorme respeto, admiración y gusto por los árboles. Testigos silenciosos del transcurrir de mis días,… de nuestra vida. Veo mecer sus copas al son del viento. Los busco, y recreo mi mirada en ellos. El tronco posado en la tierra, sellado a ella, al pasar hacia el interior guarda el secreto de su sustento y equilibrio.
Alguno me dice que se muere, que le queda poco tiempo. Ha quedado atrapado entre carreteras, y se le envenena el aire que respira. Muchos otros juntos, verdean formando una hermosa imagen que el sensible captador de la belleza, gusta de fotografiar. Me llenan el ánimo de alegría y serenidad al mirarlos en las diferentes estaciones del año. Ya sea su copa verde esperanza, colmada de flores y aroma, o con las ramas desnudas y de oscuro marrón sobresaliendo sobre el fondo verde de una inmensa pradera. Con sus brazos abiertos hacia el cielo, como señalándolo.

Siento un dolor inmenso cada vez que veo como se corta la vida de un árbol.
Son seres vivos. Y sin embargo, a menudo parece que eso se olvida. No se respetan. Su vida le pertenece a los humanos. “Lo corté porque era mío” se apresura a decir algún que otro cuando se le pregunta.
Han tardado muchos años en crecer hasta adquirir la corpulencia que algunos presentan. Inundan el entorno con porte majestuoso, más no le restan protagonismo, lo comparten con los edificios, como sucede en los alrededores del barrio de Blas Infante.
Sin verlo, albergan vida en el interior de sus copas. Pájaros e insectos viven allí. Más su ausencia ha ensordecido el espacio, como le ha pasado al jardín frente a la residencia San José.En otros lugares estiman su presencia, dan sombra a las personas que se arriman a ellos. Cobijan de una lluvia suave, y refrescan el paso del aire en verano, como en el Parque Alcántara Romero. En un aparcamiento, cuando los hay se prefiere su sombra a la de una chapa, y si no lo creen observen en verano dónde se arremolinan más los coches.
Forman paredes en las lindes de las parcelas que nos ocultan del ojo ajeno, y moderan los sonidos de la calle. Sujetan el suelo cuando hay lluvias, y enriquecen con hojarascas los campos que les nutren.
Sin embargo en las áreas urbanas se tratan y consideran los árboles como mero adorno. Son un mobiliario urbano más. Se recortan tanto sus copas que parecen chupa-chups, como los que vemos por las calles de la barriada Virgen de La Sierra. Aunque, por otro lado he de decir que el arreglo de los jardines de dicho barrio, ha sido todo un acierto, así como los de la zona alta de la Avenida de Andalucía.
Pero si manchan el suelo se cortan, como les ocurrió a los que existieron en el barrio de Villa Lourdes.
Por donde ha de pasar una calzada, ni se piensa. Hay barrios nuevos, en los que ni siquiera han contado con ellos para que refresquen las calles, en los calurosos días del estío. ¿Para qué si existe el aire acondicionado? ¡Así vamos a cuidar nosotros de nuestro ecosistema natural! Por otro lado, si resulta una zona concurrida con jóvenes que aprecian su verdor y frescor en verano, se sustituye por un cartel publicitario, como sucedió en las inmediaciones del Lidl. ¡Veréis como ya no se arremolinan más ahí!
Que se quieren hacer edificios, pues se eliminan los árboles y de ese modo, un terreno baldío para qué otra cosa puede servir. Y sin embargo, primero fueron ellos.
He visto cortar la vida de algunos enormes, antiguos y sanos ejemplares desde que vivo en esta tierra, que me atrajo con su aspecto de ciudad y aire rústico. El auge de la construcción, y el ansia de modernidad mal entendida, están menguando las maravillosas y atractivas arboledas que la caracterizaba.
Sus abundantes y productivas huertas van poco a poco desapareciendo, cuando el cultivo ecológico y la venta de sus productos en cooperativas, en muchos lugares, está resultando una alternativa al paro en esta época de cambios profundos en el sistema de valores de lo económico.
He llorado la pérdida de algunos hermosos árboles, y hasta pasado un duelo, como si de un ser querido se tratara, y es que yo los quiero. Empero, temo acostumbrarme de suceder más a menudo. Y ya no sentir nada. Volverme insensible y que no me importe. ¡No quiero!
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Alejo Ortegón
Alejo Ortegón
8 años atrás

Preciosa Oda a los Árboles!!!
Muy hermosa y se denota tu sensibilidad arbórea!!
¡¡Arriba las Ramas!! como diría Mª José Parejo en el Bosque Habitado.