Por Isabel Montes
En estos días otoñales nuestros hortelanos van recogiendo algunos cultivos tardíos, como los tomates, los propios de este tiempo como las calabazas o las batatas, y despejando la tierra para prepararla para seguir sembrando, y antes de que llueva, añadirle materia orgánica al suelo, con el fin de incrementar su fertilidad.
En agricultura ecológica esto se hace a través de los llamados abonos verdes (hacer cultivo de cobertura hasta antes de su floración, sin fines de consumo sino destinados a conseguir una mejora agronómica), y sobre todo la incorporación de estiércoles (de vaca, caballo, ovino, caprino, cerdo, etcétera, siempre que procedan de ganadería ecológica o extensiva) y el denominado compost (materia orgánica en descomposición más o menos avanzada que se elabora en montones, lo que antiguamente llamábamos en nuestras huertas “mulares”).
A propósito de éstas prácticas he encontrado una poesía de un gran poeta, capaz de inspirarse en algo tan prosaico como el estiércol, cantor por excelencia de toda la naturaleza –incluido el ser humano-, de nuestro universo, el norteamericano Walt Whitman.
La composición es larga, os pongo unos fragmentos con la recomendación de que la leáis completa.
“ESTE ESTIERCOL”
¿Cómo podéis estar vivos, retoños de primavera?
¿Cómo puedes dar la salud tú, sangre de las hierbas, raíces
huertos, mieses?
¿No depositan continuamente en ti cadáveres dañados?
¿No vierten sin cesar en todos los continentes los fermentos
letales?
…
¡Contemplad este estiércol!, ¡contempladlo bien!
…
La hierba primaveral cubre las praderas,
La habichuela rompe sin ruido el mantillo del huerto,
La cebolla yergue su lanza delicada,
Los capullos se agrupan en las ramas del manzano,
La resurrección del trigo aparece con el rostro pálido en sus
sepulcros,
El color despierta en el sauce y la morera.
…
Puntualmente brotan de sus montecillos las obscuras hojas
verdes de la patata,
En su diminuta colina yergue su tallo el maíz, las lilas florecen
delante de las puertas de las granjas,
Los retoños veraniegos se muestran inocentes y desdeñosos
sobre todas esas capas de fermentos letales.
¡Qué alquimia!
Que los vientos no sean en realidad malsanos,
…
Que las moras sean tan dulces y jugosas,
Que los frutos del huerto de manzanos y del huerto de
naranjos, que los melones, uvas, duraznos, ciruelas,
no hayan de envenenarme,
Que cuando me tiendo sobre la hierba no contraiga ninguna
enfermedad,
aunque, probablemente, cada brizna de hierba brota de lo
que fue alguna enfermedad contagiosa.
Ahora me sobrecoge la Tierra, es tan serena y paciente,
produce cosas tan buenas de tales corrupciones,
inofensiva e inmaculada, gira sobre su eje, con estas sucesiones
infinitas de cadáveres descompuestos,
destila tan exquisitos vientos del hedor que encierra,
renueva, bajo tan indolentes aspectos, sus cosechas anuales,
pródigas, suntuosas,
da a los hombres tan divinos materiales, y acepta de ellos al
fin tales sobras.
WALT WHITMAN