Por Isabel Montes
En estos días, y a cuenta del sabor del Pollo ecológico El Tamujal, en casa hemos recordado aquellas huertas de antaño, que se parecían tanto a la huerta ecológica de hoy.
En ella tenían cabida toda clase de verdura, árboles frutales, flores, y un buen número de animales. Eran huertas-granja. En la de mis abuelos estaba el corral con gallinas, pollos y gallo, de varias razas, algún pavo, y también conejos. Teníamos las lagaretas con los cochinos, y en la cuadra los mulos y la burra. Las cabras tampoco faltaban, ni el perro ni los gatos.
No estaban aquellos animales allí solo por contribuir a una economía de subsistencia, sino que cada uno cumplía un cometido en la huerta, tenía sus tareas asignadas, eran complemento de un sistema de producción. Recuerdo, por ejemplo, como pastaban las cabras, y picoteaban las gallinas, quitando de en medio malas yerbas (o mejor, yerbas sobrantes) y algún “bichillo” proclive de convertirse, si excedía su número, en plaga.
Por eso no me extraña que Miguel Hernández, un poeta que se crió entre huertas, cantase también (y ¡tan bien!) en sus primeros poemas, a un gallo de corral, y al principal producto del gallinero: el huevo.
Gallo
La rosada, por fin Virgen María.
Arcángel tornasol, y de bonete
dentado de amaranto, anuncia el día,
en una pata alzada un clarinete.
La pura nata de la galanía
en este Barba Roja a lo roquete,
que picando coral, y hollando, suma
“a batallas de amor, campos de plumas”
Huevo
Coral, canta una noche por un filo,
y por otro su luna siembra para
otra redonda noche: luna clara,
¡la más clara!, con un sol en sigilo.
Dirigible, al partir llevado en vilo,
si a las hirvientes sombras no rodara,
pronto un rejoneador galán de pico
iría sobre el potro en abanico.